La OTAN en Madrid paraliza calles, coches y peatones. Mientras, la inflación, la pobreza y la extrema derecha siguen al alza.
Patas arriba decía Galeano que estaba este mundo. Yo no soy tan optimista (quizás me falte sentido del humor). Más bien diría que somos un Sísifo idiota, no solo acarreamos la maldita piedra montaña arriba una y otra vez hasta la eternidad, o mejor dicho, hasta la autodestrucción. No, también lo hacemos con el convencimiento de que al llegar arriba, esta vez se quedará ahí. Sonrisa y todo ponemos. Pecho alto, que mira cómo subo la montaña, qué bien se me da. Se llama estupidez, y es el único recurso infinito con el que contamos, al parecer.
Esta semana la OTAN y todo su séquito, el internacional pero también los 10.000 agentes movilizados con acentazo español, han sitiado las calles de Madrid. Todo un honor. La mirada suplicante o sardónica del hombre-bestia que acarrea condenados en la parte más oscura del Jardín de las Delicias se posa sobre las cabezas cuasi calvas aquí, empelucadas allá, de los mandatarios internacionales. Mientras, ellos cenan y deciden el futuro del mundo. ¿Cuántos millones para metralletas, decías? ¿Me pasas la sal?. Las Meninas observan horrorizadas. Pero la ironía ya la habíamos visto en el Reina Sofía cuando todas estas caricaturas humanas a las que el pueblo paga su sueldo posaban frente al Guernica como si su historia de horror y muerte no fuera precisamente la que estuvieran decidiendo revivir sus parejas entre la copa de champán y el postre. Dieciséis mujeres “de” y un marido sonríen a cámara. Hay otro marido, que mira hacia un lado como diciendo: ¿qué hago yo aquí? Eso nos preguntamos todos.
Surrealismo felino
Mientras este esperpento madrileño tiene lugar fuera del callejón del Gato, la fruta hoy nos cuesta dos veces más que el pasado año (no un 10%), y el sueldo sigue paralizado, como perezoso, porque hace calor en la capital y mejor no moverse. Nuestros esfuerzos se centran en trabajar alguna hora más, para pagar los alquileres que suben, las hipotecas que suben, la gasolina que sube, la comida que sube, la guardería que sube, los vuelos para ver a la familia, que (oh, sorpresa!), suben, y las pastillas, porque lo que sube con esto son también el estrés, la ansiedad y los ataques de pánico. Lo único que no suben son las energías para hacer frente a una clase gobernante que juega entre copas de cristal al ajedrez con vidas humanas. La gente, para esto, ni voz, ni voto, ni referéndum, ni hostias. A trabajar que sois unos vagos.